El cubano mantiene una relativa calma debido a la represión existente, pero esa pasividad puede que tenga los días contados.
Pittsburg (Sindical Press) – Las probabilidades de un nuevo estallido social en Cuba podrían materializarse antes de que culmine el año en curso. No se trata de una mera especulación, sino de un análisis al pie de las penurias que crecen de manera exponencial en todo el país.
En medio de burdos planteamientos de funcionarios de alto nivel –entre los que se destaca el del viceministro que animó a la población a criar peces en los hogares como paliativo a la escasez generalizada–, la llamada bancarización, que pone estrictos límites para extraer dinero de los bancos con el fin de atajar el crecimiento de la masa monetaria circulante, permanentes cortes del fluido eléctrico y serios problemas con el abasto de agua en innumerables localidades de diferentes provincias, entre otras necesidades no menos angustiantes, cada vez más personas muestran su rechazo al posicionamiento de las autoridades que minimizan u omiten las graves incidencias y que a menudo sacan a la palestra soluciones tan absurdas como cubrir las necesidades alimentarias mediante la creación de huertos en balcones y patios, y como joya de la sinrazón, el asunto de los peces a colocar en tanques, peceras, cubos y palanganas para suplir la carencia de proteínas.
Otra arista de la debacle se proyecta en el precio del dólar estadounidense en el mercado informal, que escaló varios puntos este sábado 5 de agosto para situarse en 235 pesos cubanos (CUP), según fuentes independientes dentro de la Isla. Algunos economistas familiarizados con el tema Cuba estiman que la cotización podría superar los 300 (CUP) para diciembre, en respuesta a la agudización de factores asociados a una economía literalmente en bancarrota.
Ante los montos de una deuda externa multimillonaria, la imposibilidad de obtener nuevos créditos a causa del pésimo record en los pagos, el estancamiento de la industria del turismo, la carga de unos índices de importación insostenibles (más del 90% de las necesidades del país hay que comprarlas en el exterior) y el endémico latrocinio de una burocracia formada por miles de funcionarios mediocres, el futuro cercano se distingue por el color de la incertidumbre.
Nunca hemos estado tan cerca de una quiebra con todas las connotaciones que conlleva el término.
La crisis siempre ha estado presente en el mal llamado “período revolucionario», pero lo que se presenta hoy es un desbarajuste de marca mayor. Se me antoja verlo como la culminación de una historia llena de falsos paradigmas, incongruencias y acciones performáticas en las antípodas del sentido común y convertidas en supremas políticas de Estado.
El ciudadano de a pie mantiene una relativa calma frente a los azotes de la miseria, debido a la represión existente. Esa pasividad puede que tenga los días contados.
Una explosión social que supere la ocurrida el 11 y 12 de julio 2021 aguarda en la conciencia colectiva de un pueblo sometido a la fuerza por un grupo de poder de apariencia benévola y naturaleza criminal.
Cuba nunca fue ese país modélico que aún aparece en la boca de algunos nostálgicos de la izquierda, que fungen como presidentes, parlamentarios o distinguidos funcionarios de importantes entidades globales.
Se trata de un país en decadencia, un gran bulo que se desvanece ante hechos incontrastables.
Detener la espiral descendente es inútil a estas alturas de la historia. No hay como revertir ese movimiento que desdibuja una caída estrepitosa.
El largo relato de la revolución cubana se acerca a su fin, entre el dolor y la desesperación de millones de seres humanos enfrentados a una brutal ausencia de recursos básicos y al discurso de dirigentes rollizos que efusivamente les prometen tiempos mejores a cambio de más sacrificios.