lunes , 2 diciembre 2024
El sindicalista Christian Smalls forma parte de la delegación estadounidense de solidaridad que visita Cuba. (Twitter).

Cuba como espectáculo: el papel de activistas extranjeros en la narrativa gubernamental

El sindicalista Christian Smalls formó parte de la delegación estadounidense invitada por el régimen al Encuentro Internacional de Solidaridad con Cuba.

(Hilda Landrove / El Toque) – En un tuit del 26 de abril de 2023, Calla Walsh, joven estadounidense que se autodefine organizadora antiimperialista y funge como escritora y co-chair de la National Network on Cuba, escribía: «Excluyendo la pandemia, esta será la primera vez desde 1994 que Cuba no marchará el Primero de Mayo con un espectáculo masivo en la Plaza de la Revolución. ¡Porque Estados Unidos está bloqueando los envíos de combustible a Cuba!». En su post, Calla se refiere a la suspensión de la tradicional marcha que se realiza en Cuba por el Día del Trabajador, conocida como «marcha del pueblo combatiente» en los medios oficialistas. La suspensión tiene como causa inmediata la crisis de combustible (en particular de gasolina) que hizo imposible el despliegue de transporte desde varios municipios de la capital hacia la Plaza.

En la visión de Walsh de los hechos (que más que suya representa la visión de un sector de activistas y organizaciones estadounidenses aliados del Gobierno cubano), la única causa de la crisis de combustible es el bloqueo económico de Estados Unidos, pero no considera los factores endógenos que han contribuido a la parálisis y crisis crónica del sistema energético nacional. La atribución de los problemas nacionales al conjunto de sanciones económicas de EE. UU., leídas como «bloqueo», es una de las caras de la moneda de la retórica del grupo de estadounidenses; la otra es el apoyo irrestricto al régimen, el cual suelen describir —en la típica equiparación de Gobierno y sociedad cuando de Cuba se trata— como «el pueblo cubano».

Lo más revelador de la concepción que subyace en la mirada de los activistas y organizaciones es la referencia al Primero de Mayo como «espectáculo masivo». Aunque los desfiles que conforman las celebraciones de Día del Trabajador en Cuba pueden calificarse como espectáculos si se considera la masividad en la participación (en caída en años recientes) y el despliegue logístico que suele acompañarlos, la referencia al espectáculo puede leerse también de otra manera. Como primacía del interés por la imagen y el desprecio por la realidad que subyace a ella. El entendimiento de espectáculo es coherente, además, con la mirada de las brigadas y delegaciones que, en particular después del 11J, visitan Cuba con frecuencia y dan testimonio ―al estilo de los peregrinos políticos de los primeros años de la Revolución― de un país que se parece demasiado a la idealización que tienen de él. Un país que es, ni más ni menos, un espectáculo para la mirada necesitada de validar utopías creadas por oposición a una realidad social (la de Estados Unidos) de la cual son críticos radicales. Por supuesto, no es cuestionable el derecho de alguien a ser crítico radical de su realidad, pero sí resulta tremendamente problemática la ocupación de una realidad foránea para convertirla en proyección idealizada de sus deseos.

Cuba es para activistas como Calla un parque temático, un espectáculo. Como tal, requiere de una distorsión de la mirada: del acto fundamental de enajenación que consiste en ver con exactitud lo que se quiere ver y nada más, y convertir la percepción y la capacidad crítica en un encadenamiento interminable de confirmación de preconcepciones y suposiciones. Pero requiere también de un esfuerzo por crear una escenografía que evite, de forma consistente, la posible disonancia entre lo percibido y lo que se desea percibir. Requiere que cuando una de las delegaciones visite un campamento en la agricultura no sea un campamento cualquiera, sino uno internacional destinado a tal efecto (Campamento Internacional «Julio Antonio Mella»). Que cuando se visite un barrio sea uno de los especiales en los que se desarrollan programas especiales; y que cuando se hable con «organizaciones autónomas y de la sociedad civil» se hable con representantes previamente escogidos por la dirección del Partido y el Gobierno debido a su subordinación al poder. El «espectáculo» que esperan y reciben a cambio del reforzamiento de sus ideales se traduce de manera directa en la reproducción de la narrativa de un país que no existe.

La presencia del parque temático es resultado de una estrecha colaboración: las instituciones del Gobierno cubano preparan la escenografía para visitantes que esperan ver justo lo que se les enseña; un círculo cerrado que produce una y otra vez «testimonios» sobre asuntos que a muchos cubanos le resultarían bizarros y disparatados, pero que al público del antimperialismo amante del autoritarismo ―a los tankies― le resultan verídicos —y si no verídicos por sí solos, al menos sí atractivos lo suficientemente como para tragárselos sin cuestionamiento—.

El carácter empecinadamente imperial de los «testigos» se hace evidente en la insistencia en escuchar solo a quienes refuerzan su visión del mundo: las autoridades cubanas. Autoridades responsables del desastre económico y de la represión política que sufre el pueblo de la isla encantan a las brigadas de estadounidenses con frases como «el dueño de los hoteles es el pueblo cubano». El carácter imperial se hace también evidente en la renuncia a escuchar voces que vengan de otro sitio y puedan hacer tambalear las certezas preconstruidas. El espectáculo no admite desviaciones, «the show must go on».

Después de realizar un recorrido de paquete turístico por Cuba, los «testigos» ―cuya fiabilidad parece derivarse justamente de su filiación ideológica con el Gobierno de La Habana y de la ocupación del sitio de enunciación que debería corresponder a voces cubanas subalternas― cuentan historias increíbles de un país inexistente. La lista de las historias es larga y penosa, un lenguaje del parque temático con contenidos y sintaxis propia.

Según las historias de los activistas, en Cuba hay «sindicatos democráticos que negocian con el Gobierno»; «de hecho, el pueblo en Cuba es el Gobierno»; hay comunidades autónomas (¿?), en particular una en la que un grupo de niños y niñas repite con un organizador sindical estadounidense «Cuba sí, bloqueo no»; y jardines urbanos en los que una brigada de la National Network on Cuba realiza en una mañana el trabajo de dos meses junto a la «revolutionary Cuban people».

Una de las brigadas que se encuentran actualmente en La Habana y que forma parte de los más de mil invitados extranjeros a las celebraciones del Primero de Mayo de 2023 fue organizada desde marzo por la National Network on Cuba en colaboración con el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), en algo que podría denominarse turismo político (puesto que el objetivo explícito es visitar el archipiélago en carácter de militantes políticos en sus países de origen y como forma de apoyo al Gobierno cubano). International People’s Assembly, por ejemplo, publicó el 24 de abril de 2023 que 156 líderes jóvenes viajarían a Cuba en oposición al bloqueo de EE. UU., y que en los días siguientes se reunirían con diferentes sectores de la sociedad cubana (artistas, científicos, jóvenes, organizadores sindicales, LGBTQI+, comunidad, activistas antirracistas). Así, tendrían «la oportunidad de escuchar de primera mano acerca del impacto de seis décadas de bloqueo ilegal y cómo, a pesar de este, el pueblo cubano resiste y continúa desarrollando su nación».

La nota (que habla sobre encuentros que no habían ocurrido al momento de la publicación) asume el contenido de lo que se escuchará en los encuentros, lo cual revela que se trata de una agenda preestablecida y permite inferir lo que, por otra parte, es conocimiento común. Que los actores cubanos participantes no representan sectores autónomos de la sociedad cubana, sino que se encuentran supeditados a la agenda gubernamental. La escucha, que presupondría la posibilidad de aparición de contenidos inéditos, se evidencia como un ritual vacío. Más bien se trata de la puesta en escena de una escucha en la cual la expectativa y el resultado se corresponden por completo.

El papel que las brigadas, organizaciones y activistas extranjeros juega a favor de la reproducción de las narrativas funcionales al poder en Cuba evidencia de manera indirecta la pérdida de credibilidad de las narrativas hacia el interior de Cuba. En la medida en que las promesas de la Revolución y el socialismo se han disuelto y han dado lugar a una represión no disimulada; en que los otrora logros han dado paso a una realidad de precarización de la vida cotidiana; en que la plutocracia gobernante se afianza en el poder con una política económica de rapiña que no puede satisfacer las necesidades básicas de la población, el sostén de las narrativas requiere cada vez más de actores foráneos. Los actores basan la defensa de un régimen colapsado no en la experiencia de la vida en él (pues su acercamiento no deja de ser el de un turista que llega en visita de corto plazo y condiciones favorables creadas para la estancia), sino en la proyección de una fantasía que puedan utilizar para sustentar agendas políticas en sus países de origen. De ahí se deriva la recurrente declaración de que Estados Unidos tendría mucho que aprender de Cuba y la descripción de un supuesto escondimiento y tergiversación de la realidad cubana de parte de los medios hegemónicos de los cuales ellos constituirían, entonces, la fuente alternativa de información.

La Cuba espectáculo busca imponerse sobre la Cuba vivida. La mirada extranjera idealizadora y cómplice del Gobierno cubano busca imponerse sobre la mirada cubana sobre sí misma. Pero es siempre la realidad la que termina imponiéndose a despecho de los esfuerzos por materializar y eternizar un parque temático para consumo particular de idealistas enajenados y propagandistas cómplices.