domingo , 7 diciembre 2025

El cambio silencioso del deporte cubano

La apertura al patrocinio deportivo redefine el béisbol, entre promesas de modernización, dudas empresariales y riesgos de mayor desigualdad estructural.

La Habana (Sindical Press) – La noche cae esta tarde en el estadio Latinoamericano. Las gradas, en su mayoría vacías, crujen bajo el viento suave de La Habana. El eco lejano de un bate golpeando una pelota retumba solitario, como si el béisbol cubano estuviera pensando en voz alta. Y, en medio del silencio, algo ha cambiado para siempre: empresas insulares con dinero fueron invitadas a entrar, a poner su marca. El deporte, hasta ahora una isla inviolable de ideología de pacotilla e historia, abre la puerta al patrocinio. Nadie sabe qué sucederá, aunque ya se siente la vibración de lo inevitable.

Un nuevo pacto
Durante décadas, el deporte en Cuba fue una promesa revolucionaria, una forma de igualdad, un mecanismo de chauvinismo patriotero. No había logos comerciales ni anuncios ruidosos en los uniformes. El Estado lo era todo: infraestructura, incentivos, organización. El béisbol era una usina moral y social; su gloria no estaba en las arcas, sino en el corazón del común.

Eso cambia con una rapidez silenciosa. En 2024, el Instituto Nacional de Deportes (INDER) abrió un camino hasta entonces impensado: presentar un anteproyecto de ley para permitir la publicidad y el patrocinio empresarial en los equipos deportivos. En julio de 2025, la Asamblea Nacional lo aprobó. Se acabó el tabú comunista que prohibía a las empresas firmar contratos con los peloteros o poner anuncios en el diamante.

El director jurídico del INDER, Karel Pachot, es el arquitecto de esta metamorfosis aprobada por la “famiglia” comunista. Bajo su supervisión, resoluciones y límites han sido puestos. Pero él lo ve como una oportunidad: generar ingresos que puedan ir a reparaciones de estadios, movilidad para los equipos, uniformes más decentes. No es solo un negocio, dice Pachot, es una forma de revivir una ilusión que cruje.

El mercado se ofrece, pero duda
Desde el anuncio, el INDER y Cubadeportes S.A. lanzaron una campaña de patrocinio para la Serie Nacional de Béisbol (SNB). Ofrecieron cuatro niveles de patrocinio: Bronce, Plata, Diamante y Oro. El más alto tiene un precio elevado, según críticos, de alrededor de 71 millones de pesos cubanos (158.000 USD, al cambio de El Toque, 25/11/18). Un compromiso económico para quien ponga su marca junto a los gigantes.

Pero el mercado responde con tibieza. Empresas privadas, que conforme a la reforma podrían ser patrocinadoras, no muestran predisposición. Se quejan de falta de rentabilidad clara o desconfianza en los mecanismos del INDER. ¿Valdrá la pena pagar tanto para poner un logo si el retorno es incierto? Otros citan la burocracia, el papeleo necesario y los tiempos para cerrar acuerdos como frenos reales.

Algunos medios deportivos advierten que los precios de esos paquetes son excesivos para la realidad económica cubana. En un país donde la crisis persiste, donde los recursos son escasos y muchas empresas todavía operan en un lento compás de espera, los patrocinios pueden convertirse en una promesa más simbólica que efectiva.

Los ganadores y los rezagados
Como en todo mercado, no todos los equipos tienen la misma carta de presentación. Los más emblemáticos se convierten automáticamente en los más valiosos. Equipos de ciudades grandes como La Habana, Santiago de Cuba o Matanzas pueden comandar tarifas más altas, porque sus gradas y sus nombres ya pesan en la historia del béisbol cubano. No obstante, los pequeños o de provincias pobres serán relegados. Su atractivo para los patrocinadores será menor. ¿Una amenaza o una oportunidad para la competitividad?

Voces que gritan y voces que callan
No todos están felices. Entre los críticos emergen periodistas deportivos, analistas y algunos atletas. Dicen que se corre el riesgo de comercializar algo puro, de diluir la esencia del béisbol cubano. Hay quienes creen que esta reforma puede atar más a los deportistas al sistema, legalmente, con contratos que podrían limitar su autonomía.

Otros, sin embargo, se quejan de la falta de aplicación real: pasa el tiempo desde la aprobación, la resolución que regula los patrocinios ya existe, pero no hay acuerdos firmados sólidos. ¿Es una promesa para la galería o un proyecto con músculo? Esa es la pregunta del momento.

Y luego están los que miran desde su trinchera política: para algunos, abrir la puerta al patrocinio es una rendición simbólica. Para otros, un acto de pragmatismo, una forma de que la carpa continúe.

El futuro que se juega
La verdadera prueba será cuándo empiecen a firmarse patrocinios y a aparecer logos en los uniformes. La Serie Nacional 2025–2026 es el terreno elegido para la implementación. Si algún día un bateador vuelve la mirada hacia el logotipo de una marca justo antes del lanzamiento, sabremos que algo ha cambiado. Que el deporte cubano ya no es solo un asunto del Estado, sino también del mercado.

Si los acuerdos llegan y las empresas pagadoras se comprometen, parte del dinero podría revertir en los equipos, en infraestructuras deterioradas, en la dignidad de atletas que hoy viven con presupuestos magros. Podría ser una revolución discreta, sin estruendo, pero significativa.

Sin embargo, si las promesas se quedan en folletos institucionales, si los patrocinadores no llegan, si el Estado termina controlándolo todo, lo que tendremos es una reforma de apariencia, un espejismo comercial. Un cambio legal sin sustancia.

La apertura al patrocinio en el deporte cubano es, sin duda, un momento histórico. No es trivial que un país donde todo lo deportivo es comunistamente estatal y sin fines comerciales decida variar su modelo.

Pero la línea entre integración comercial y pérdida de identidad es frágil. Si bien es cierto que esta nueva normativa ofrece esperanzas de renovación —mejores estadios, equipos más fuertes, gestión más profesional—, también puede jugar con fuego. El mercado no es una panacea: puede dejar fuera a los menos favorecidos, generar desigualdades y mercantilizar la pasión.

Al final, la pregunta trascendental es esta: ¿será este cambio la evolución para el deporte cubano o simplemente una rendición silenciosa del discurso oficial? La respuesta estará en los contratos que se firmen, los logos que aparezcan y los éxitos que se financien.
Y, sobre todo, en la mirada de un jugador que, con su bate, decida mirar más allá de la bola, hacia un símbolo nuevo que antes no estaba permitido.