Los prolongados apagones permiten robos con total impunidad, incluso en las zonas céntricas antes consideradas seguras por la población cubana.
Pittsburgh (Sindical Press) – Los acompañantes de los ingresados en las salas del hospital pediátrico de Centro Habana corren tanto peligro para sus vidas como quienes yacen, en este caso menores de edad, sobre los oxidados camastros, con la esperanza de recuperarse lo antes posible.
Ya no solo es una devastadora infección, el fallo de algún órgano o las secuelas de un accidente los únicos motivos para que la muerte se mantenga como una opción. En el inventario de razones hay que incluir las acciones de los delincuentes que van tras los bienes más lucrativos.
Resistirse a entregar los teléfonos móviles, los ventiladores y todo cuanto sea vendible en el mercado negro podría convertirse en la vía expedita hacia una cama de la sala de terapia intensiva o directo a la morgue.
Una amiga me contaba los avatares de su hermana en el conocido centro de salud, donde se encuentra al cuidado de su pequeño hijo.
En la breve comunicación telefónica me puso al corriente de las incursiones de bandas criminales en algunos de estos establecimientos, cuyas particularidades constructivas y la falta de vigilancia, facilitan los despojos de manera sigilosa o con violencia.
En el pasado, los Cuerpos de Vigilancia y Protección (CVP), conformado en su mayoría por jubilados, actuaban como un delgado muro de contención, pero en la actualidad, no son muchos los dispuestos a enrolarse en este tipo de responsabilidades, por los bajos salarios y la asiduidad de hechos proclives a terminar de la peor manera.
A medida que la pobreza se acentúa la inseguridad se torna en un fenómeno preocupante, en extremo. Cualquiera, no importa el género o la edad, puede experimentar, en el mejor de los casos, un susto a recordar para toda la vida.
Los largos apagones invitan a que este tipo de eventos se lleven a cabo con total impunidad, hasta en lugares céntricos y zonas que hasta hace algunos años eran consideradas seguras.
Cuba se diluye en el caos, mientras en los medios de prensa se proyecta un sentido de normalidad sin atisbo de correspondencia con el peso abrumador de las tensiones en todo el país.
Ni en los hospitales aparece la tregua, en una lucha reglamentada por el partido en su mal disimulado odio hacia el pueblo que alega representar y defender “al costo que sea necesario”.
Es terrible saber que la miseria provocada y sin frenos, continuará alimentando la maldad y todo lo atribuible a un proceso involutivo que marca los derroteros de un fallido proyecto político.
La hermana de mi amiga lo sabe y también quienes se encuentran, al cuidado de sus familiares, en el Pediátrico de Centro Habana.
Cada cual cuenta con un arma defensiva a la mano, sobre todo en las madrugadas.
Ella se siente más o menos segura con el largo y delgado trozo de madera que imagina suficiente para repeler una potencial agresión, aunque prefiere no verse involucrada en un escenario de esa naturaleza.
Por el día aprovecha y duerme a ratos. En la noche vigila los posibles accesos al recinto, mientras acaricia la idea de un regreso a casa, sanos, salvos y con todas las pertenencias.