domingo , 28 abril 2024

La compleja transición hacia el capitalismo de Estado en Cuba

La “bancarización”, que apunta a empequeñecer los nocivos efectos de la Tarea Ordenamiento. ha atizado la incertidumbre entre la población.

Pittsburg (Sindical Press) – Las aglomeraciones en los exteriores de las instituciones bancarias se establecen como parte de una cotidianidad lastrada por un sinnúmero de privaciones de carácter socioeconómico que han convertido la existencia en un permanente andar sobre la cuerda floja.

Lo peor del azaroso recorrido es que no hay alternativas posibles frente a la implementación de políticas que, lejos de convertirse en un alivio, amplían los márgenes de la escasez, avivan los índices inflacionarios y las corruptelas, y reducen el valor real del peso a niveles nunca antes vistos.

A propósito de esto último, el salario promedio fijado en aproximadamente 4 219 pesos mensuales, no llega a 17 dólares, de acuerdo a la cotización alcanzada en el mercado informal, mucho más realista que las tasas de cambio oficial.

Mientras el gobierno impuso el pago de 120 pesos por dólar, en las calles se continúa pagando el doble, lo que apunta al sostenido y generalizado aumento de precios y la consecuente pérdida del poder adquisitivo.

Con el estancamiento económico actual y los elevados desembolsos en el mercado internacional –téngase en cuenta que el país importa casi el 100 % de los productos necesarios para garantizar un nivel mínimo de vida, a lo que habría que añadir la ausencia de líneas de créditos frescos, tanto de países como de instituciones financieras globales, salvo Rusia junto a un reducido grupo de naciones que intentan poner algún que otro parche a la situación, con modestas asistencias monetarias y condonación de deudas–, la situación tiende a empeorar en los meses que restan del año en curso, según coinciden economistas dentro y fuera de Cuba.

Una de las medidas que ha atizado la incertidumbre entre la población y que apunta a empequeñecer los nocivos efectos de la Tarea Ordenamiento –anunciada en diciembre de 2020 y mediante la cual se decretó la unificación monetaria y cambiaria, el incremento de precios, salarios y pensiones así como la reducción de subsidios– es la que el oficialismo denomina como Bancarización, cuyo objetivo consiste en reducir al mínimo la circulación del dinero en efectivo y regularizar el pago electrónico, como una forma de contener la galopante inflación.

Con las limitaciones establecidas para la extracción de efectivo, la escasa disponibilidad de billetes en los bancos y el colapso en la red de cajeros automáticos, la iniciativa ha acrecentado las dificultades, tanto para los trabajadores del sector estatal y pensionados, como para quienes gestionan algunas de las MYPIMES que solo pueden extraer 5000 pesos diarios. Un monto que reduce ostensiblemente las posibilidades de mantener los negocios.

En los próximos meses es muy probable el cierre de un número indeterminado de las poco más de 8000 entidades de este tipo, sobre todo las que no están administradas por familiares o allegados de miembros del ejército o el Ministerio del Interior. El temor a perder el control sobrepasa la necesidad de una descentralización a fondo que ayude a mitigar el desabastecimiento y rebajar el costo de los productos básicos en el corto plazo tal y como exige un contexto de pobreza extrema.

No hay dudas de que la fidelidad ideológica continuará primando a la hora de conceder favores en el tránsito hacia un capitalismo de Estado, similar del que Putin se sirve para mantenerse en el poder.

El asesoramiento del think tank ruso, Instituto de la Economía de Crecimiento Stolypin, bajo el mando del millonario Boris Titov, apunta a la creación de una red de empresarios locales que respondan a los dictados de la cúpula militar.

La bancarización es parte de ese plan de reformas para que todo siga más o menos igual, como describe Lampedusa en su novela El Gatopardo, donde describe una transformación política revolucionaria que sólo afecta la parte superficial de las estructuras de poder, conservando el elemento esencial de las mismas.

Hay que estar conscientes de que aguardan penalidades mucho más severas durante el reacomodo del castrismo a un modelo que mitigue la disfuncionalidad del monopolio estatal a través del fomento de una economía de mercado ajustada a las conveniencias de los mandamases.

Cuba es un país severamente golpeado por la ineficiencia, la desidia de los burócratas, el desempleo y subempleo crónico, la crisis habitacional, el atraso tecnológico, entre un sinfín de problemas que en suma explican el caos existente y anuncian las aflicciones por venir. No me refiero a las de un futuro socialismo con implantes capitalistas sino las de esta etapa transicional en la que estamos.

Las necesidades vigentes son apenas un avance de circunstancias más dolorosas a padecer en el lapso que va de un socialismo de “ordeno y mando”, a otro pragmático pero no menos implacable con las voces críticas que demanden elecciones libres, respeto al libre pensamiento y un entorno sindical sin dependencias políticas y obligaciones ideológicas que lastren sus objetivos, entre otros derechos de primer orden.

La cubatroika, término que busca trazar un paralelo con las transformaciones económicas lideradas por el entonces presidente Mijail Gorbachov en la segunda mitad de los 80 de la pasada centuria, no es la panacea. Se trata del lento proceso adaptativo de otro sistema abiertamente estalinista a los condicionamientos de una realidad sin nada que ver con el triunfalismo de la prensa controlada por el partido.

La perestroika solo creó las bases para un capitalismo de compinches. Los futuros oligarcas criollos siguen a pie juntillas los consejos de Boris Titov y su equipo de reformadores. Nada nuevo bajo el prisma del oportunismo y la artera confabulación entre dos viejas dictaduras.