viernes , 8 noviembre 2024

Palabras inútiles y tragedias a granel

Es muy lamentable que la voluntad política para liderar las transformaciones económicas no aparezca en el horizonte político nacional.

La Habana, Cuba | Cuba Sindical Press – En el discurso del mandatario cubano, Miguel Díaz-Canel, en la recién celebrada cumbre virtual de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), no hubo sorpresas. Fue otra intervención plagada de invectivas contra el capitalismo, alusiones triunfalistas sobre el modelo de economía planificada y unipartidista que representa y poses de estadista visionario que reclama la unidad de acción ante los embates de la pandemia del siglo XXI.

Nada concreto y mucho menos revelador de una verdadera toma de conciencia en relación a la necesidad de reformas urgentes que ayuden a ponerle fin al arraigado fenómeno de la improductividad y la ineficiencia de la economía interna.

La precaria situación de más de 400 mil trabajadores por cuenta propia que han perdido sus fuentes de ingreso a partir del cierre de sus negocios, junto a la ausencia de medidas efectivas de protección laboral ante los efectos del coronavirus, fueron temas omitidos por el presidente designado.

Tampoco, hubo mención alguna de los déficits en las ofertas alimentarias debido fundamentalmente al modelo productivo centralizado y no a factores externos como suele presentarse en los medios de prensa, controlados por el oficialismo, y en los foros internacionales. Una realidad que se complica en el actual escenario donde los niveles de exportación e importación han caído a niveles históricos, el aplazamiento de la prometida reforma monetaria continúa y la incapacidad del mercado laboral de brindar puestos de trabajo dignos, también apunta a una persistencia generadora de mayores índices de pobreza.

Es muy lamentable que la voluntad política para liderar las transformaciones económicas que, sin dudas, aliviarían gradualmente, la escasez de alimentos, la pésima calidad de los servicios y los problemas con el empleo, entre otros asuntos no menos acuciantes que afectan a más del 90 % de la población, no aparezca en el horizonte político nacional, mientras la vieja guardia del partido sea la que maneje los hilos del poder real.

Ante un contexto social a expensas de mayores complicaciones debido a la crisis internacional provocada por la COVID-19, urge la implantación de medidas que superen el formalismo de una retórica tras la cual se ha perpetrado el secuestro y la ruina de un país que, en 1959, exhibía índices de desarrollo comprables al de algunas naciones del primer mundo.

Hoy, Cuba es el bastión ideológico de esa izquierda nostálgica que todavía cree en la viabilidad del marxismo-leninismo y siente un odio visceral hacia la democracia, en cualquiera de sus formas, y al libre mercado, rebautizado peyorativamente como neoliberalismo.

Si bien, el sistema cubano, por un lado funciona como un tótem de las fuerzas internacionales que claman por la hegemonía del Estado sobre los medios de producción y el resto de las instituciones que regulan el funcionamiento del ámbito político y social, por otro, sobre todo para quienes viven dentro o han tenido que marcharse en busca de mejores destinos, a causa del hambre y la represión, significa una experiencia infortunada, al tener que sobrevivir en la marginalidad, las carencias de bienes esenciales y el miedo a ser reprimido por la policía, durante toda la vida o buena parte de ella.

Por último, la alusión de Díaz-Canel a las 36 medidas laborales, salariales y de seguridad, puestas en vigor, desde el azote de la pandemia y que supuestamente evitarían el desamparo de la clase trabajadora, no es más que otra falacia.

Las acciones de supervivencia alcanzan tintes dramáticos y no se avizora un retorno al punto donde nos encontrábamos antes de la llegada del contagioso virus.

Sin el desmontaje del bloqueo interno, esos anuncios de la vuelta a una auténtica normalidad son simples piruetas argumentales.

Hablar de una recuperación verdadera, demanda la toma de decisiones valientes que anulen la inmoral práctica del voluntarismo y los ecos de la continuidad del modelo neo-estalinista. Algo tan imposible como esperar un aguacero torrencial en el desierto.