FIHAV muestra un optimismo que contrasta con el corralito financiero, la falta de divisas y un sistema que frustra inversiones.
La Habana (Sindical Press) – Cada año, la Feria Internacional de La Habana (FIHAV) se presenta como el mayor escaparate económico de Cuba: pabellones multicolores, discursos oficiales, delegaciones extranjeras posan para la prensa y promesas de inversión que, con el tiempo, suelen desvanecerse. Es la vidriera donde el gobierno cubano intenta mostrar una economía dinámica. En la práctica, enfrenta una crisis estructural. Pero en la edición de 2025, el contraste entre la puesta en escena y la realidad es más evidente. Mientras los funcionarios celebraban la presencia de 715 empresas extranjeras, muchas de esas mismas compañías sabían que no podían retirar ni un dólar de sus cuentas bancarias en Cuba. Era una feria donde todos sonreían para la foto, pero donde todos sabían que estaban participando en lo que algunos empresarios —en voz baja— llaman “la feria de los tontos”.
La expresión no pretende insultar a quienes arriesgan capital y tiempo en un mercado difícil, sino describir la paradoja: participar en un evento diseñado para atraer inversión en un país que simultáneamente congela los fondos de esas mismas inversiones. Un escaparate donde los expositores muestran productos, pero no pueden recuperar sus ganancias.
Para entender cómo Cuba llegó a este punto, basta examinar los problemas estructurales internos que explican la situación actual.
El sistema asfixia su propio mercado
La economía cubana, ¿funciona?, bajo un modelo donde el Estado mantiene el monopolio formal o efectivo sobre sectores esenciales: comercio exterior, importación de insumos, distribución mayorista, energía, telecomunicaciones, logística portuaria y transporte. Este nivel de centralización no es una abstracción ideológica: tiene consecuencias. Cada proceso pasa por la corrupta obesocracia criolla y genera cuellos de botella, retrasos, sobrecostos y discrecionalidad. Ningún inversionista puede operar eficientemente en esas condiciones sin asumir riesgos dramáticos.
Se suma un rasgo que desalienta a quien piense poner un dólar en el país: la inseguridad jurídica. Las reglas cambian sin previo aviso, las normas se interpretan según criterios políticos y no existe un sistema fiable de protección contractual. Durante los últimos años, las mipymes viven una montaña rusa regulatoria: un día se alienta su creación y al siguiente se les restringen importaciones, se limitan actividades o se presionan precios. La señal es clara: con el régimen cubano, la ley no es un pacto estable, sino herramienta del momento.
Distorsiones monetarias imposibles de sortear
Una empresa necesita acceso libre a divisas. En Cuba, eso es fantasía. El gobierno opera con múltiples tipos de cambio, ninguno transparente, y el mercado libre de divisas no existe (ahora es ilícito). Las empresas, estatales y privadas, no pueden planificar ni calcular costos reales. Para las extranjeras, es aún peor: pueden vender, cobrar, incluso ganar… pero no necesariamente recuperar sus dólares.
Un sistema bancario debilitado y carente de liquidez es incapaz de garantizar pagos o repatriaciones. De ahí surge la medida más polémica de 2025: el corralito financiero aplicado a empresas extranjeras. Un congelamiento de las cuentas en divisas que impide transferencias al exterior y obliga a los empresarios a aceptar nuevas cuentas “reales” donde solamente pueden depositar capital fresco. Un mecanismo que permite al Estado retener la liquidez existente y solo liberar, de forma limitada y selectiva, los nuevos ingresos.
La feria se inaugura, las cintas se cortan, los discursos hablan de “confianza y oportunidades”, pero en la práctica el país está pidiendo a los inversionistas traer más dinero sin permitirles usar el que ya tienen. ¿Dónde está la lógica económica? No la hay: es pura necesidad financiera del Estado en crisis.
Un mercado encerrado en sí mismo
Incluso cuando un empresario extranjero supera la burocracia, los controles y la falta de liquidez, se encuentra con un mercado interno deprimido. Los salarios reales han caído, el consumo es mínimo y las empresas estatales —principales compradoras en muchos sectores— carecen de recursos. El resultado es un ecosistema empresarial donde las oportunidades existen, pero no maduran.
El Estado, en vez de reformar, se repliega hacia el control. Los mecanismos para permitir competencia real —apertura del comercio exterior, eliminación de intermediarios estatales, autonomía empresarial, liberalización del mercado mayorista— permanecen bloqueados. La consecuencia: producir en Cuba es caro, lento y riesgoso. Y, aun así, el país espera que los inversionistas extranjeros financien la recuperación económica.
El corralito como síntoma, no como causa
El congelamiento de fondos de las empresas extranjeras en los últimos días no es una anomalía coyuntural; es resultado inevitable de un sistema económico agotado. Como el gobierno comunista no tiene divisas suficientes para pagar importaciones básicas, retiene el dinero ajeno. Pero esa decisión agrava el problema que pretende resolver: al perder confianza, los inversionistas retraen capital, reducen operaciones o simplemente se marchan. Sin inversión, sin flujo de divisas y sin actividad productiva, el sistema se cierra en un círculo vicioso.
Lo paradójico es que el gobierno sigue preparando ferias, encuentros y foros destinados supuestamente a atraer más inversión extranjera mientras toma medidas que espantan incluso a sus aliados. De ahí el nombre que ya circula en algunos pasillos. La feria de los tontos, un evento donde solo participa quien decide ignorar —o aceptar resignadamente— la realidad del país.
El costo de la desconfianza
En el ámbito financiero y empresarial, la confianza es más valiosa que cualquier discurso político. Una vez perdida, es difícil recuperarla. El corralito no solo afecta a las empresas congeladas hoy: afecta a cualquier empresa que esté considerando invertir mañana. Envía el mensaje más dañino posible: en Cuba, el derecho a disponer del propio dinero no está garantizado. Esa percepción condiciona todo: desde la firma de contratos hasta la posibilidad de obtener créditos internacionales; desde la llegada de nuevos proyectos hasta el desarrollo de los existentes. La consecuencia final es la profundización del aislamiento económico que ya vivimos día a día.
Una feria sin mercado
La FIHAV es un acto simbólico: un evento cuidadosamente preparado para mostrar al mundo el potencial insular, que busca inversión y dice estar abierto a negocios. Pero detrás de esa escenografía permanece un sistema incapaz de sostener a quienes arriesgan su capital, su reputación y sus recursos. No es la feria la que falla: es la estructura que la sostiene.
Mientras el país no aborde sus problemas internos —centralización, distorsiones monetarias, inseguridad jurídica, falta de competencia, banca frágil, empresa estatal socialista, burocracia excesiva y profunda corrupción—, cualquier feria será un espejismo. Y participar en ella, una apuesta temeraria.
En un país donde el Estado retiene divisas ajenas, improvisa reglas y exige confianza sin ofrecer garantías, la verdadera pregunta no es por qué vienen pocos inversionistas, sino por qué todavía viene alguno. Hasta que no cambie el modelo, la feria seguirá abierta… pero seguirá siendo, en esencia, la feria de los tontos.