A las claras se nota el desinterés de China en ampliar su presencia en una economía atrapada en concepciones disparatadas.
La Habana (Sindical Press) – Me inclino por la duda al leer sobre el compromiso de China para levantar de las cenizas a la industria azucarera cubana.
Podría no ser más que otro embeleco de Díaz-Canel, tras un acuerdo que quizás nunca pasó de la mera suposición, o de un arreglo sujeto a estrictas condicionantes, limitaciones presupuestarias y concebido a muy largo plazo. Todo ello, alejado de las urgencias que los mandamases criollos anhelan, en este caso de un socio extremadamente cauto a la hora de soltar el efectivo.
Es bien sabido que el gigante asiático evita las costosas inversiones en la Isla. Sus envíos suelen limitarse a donaciones y ayudas humanitarias. Las financiaciones de proyectos, cuando llegan, se distinguen por la austeridad en la asignación de recursos, sobre todo si se comparan con la pródiga actividad comercial que China mantiene con otros países latinoamericanos.
Los datos son reveladores: de enero a julio de 2025, el intercambio bilateral de bienes entre China y Cuba alcanzó apenas los 789 millones de dólares. En contraste, el comercio con Chile y Perú en 2024, ambos con tratados de libre comercio con Pekín, ascendió a 57,800 y 39,758 millones de dólares, respectivamente.
A las claras se nota el desinterés de China en ampliar su presencia en una economía atrapada en concepciones disparatadas, causantes de una involución socioeconómica inédita en los 124 años de historia republicana.
Ante las certezas que propala el régimen conducido por Raúl Castro tras bambalinas y por Díaz-Canel en el rol de vocero obediente, resulta más sensato fruncir el ceño que creer en la narrativa de una multimillonaria transfusión de dólares para producir las toneladas de azúcar que demanda el país con el fin de satisfacer el consumo interno y volver a convertir el producto en una lucrativa fuente de divisas.
En el caso de que haya algo de verdad en la disposición de Pekín de echarle una mano a sus camaradas isleños, tan compenetrados con el fracaso y la estulticia, habrá que esperar varios años para ver frutos.
Solo quedan 15 centrales en activo de los 161 que existían en 1959. A eso se suman la deficiente logística, la baja calidad de las semillas, la crónica falta de combustible, fertilizantes y herbicidas, entre una larga lista de déficits. Según el economista Emilio Morales, serían necesarios unos 10,000 millones de dólares para revertir el colapso.
Las fotos y el estrechón de manos entre Díaz-Canel y Zhang Anming, director general adjunto del grupo estatal chino Guangxi State Controlled Capital Operations Group Limited —el hombre con la supuesta encomienda de iniciar el milagro de recuperar una industria al borde de la extinción— no acreditan un compromiso incondicional. Mucho menos garantizan enfrentar de forma íntegra la infinidad de problemas que incidirán en el proceso, como la baja disponibilidad eléctrica a nivel nacional debido a la falta de combustible y el estado ruinoso de las estaciones generadoras.
Fuentes indican que se trata más de un viaje exploratorio que de una decisión concluyente.
Ciertamente, el escenario no es propicio para embarcarse en un proyecto de tal magnitud.
Los chinos son pragmáticos y sensatos; jamás tontos ni emocionales como para poner dinero en manos ajenas sin preocuparse por el resultado.
Díaz-Canel, adelantado a los acontecimientos, cantó victoria antes de tiempo. No sabría decir si fue desespero o un simple montaje para engañar a incautos, si es que todavía quedan.