El nuevo plan económico reconoce fallas críticas, pero evita cambios reales, profundizando la brecha entre diagnósticos conocidos y reformas necesarias.
La Habana (Sindical Press) – El gobierno cubano ha presentado un nuevo programa de gobierno para el reimpulso de la economía, un documento con más ambición que novedad. Se promociona como una hoja de ruta para corregir distorsiones, elevar la producción, estabilizar precios y modernizar sectores estratégicos. Sin embargo, la impresión dominante es que se trata de otro extenso plan para problemas que hace tiempo dejaron de admitir discursos: requieren reformas estructurales.
Desde sus primeras líneas, el programa reconoce fallas profundas: inflación crónica, depreciación del peso, baja productividad, crisis energética y falta de divisas. Pero las soluciones propuestas evitan tocar las causas esenciales: un sistema hipercentralizado, una burocracia que asfixia, mercados intervenidos y una institucionalidad que desestimula la iniciativa. Se identifica la enfermedad, pero se receta un paliativo.
La palabra “distorsión” aparece como leitmotiv, aunque casi siempre para describir efectos y no orígenes. La dualidad monetaria de facto, la brecha entre el peso y las divisas, la expansión de la economía informal y la escasez persistente son síntomas de políticas prolongadas. Sin reformas que liberen el marco productivo —propiedad, precios, competencia, inversión—, ninguna corrección técnica será suficiente.
El ciudadano común, una vez más, queda relegado a ser espectador. El plan habla de macroeconomía mientras el cubano enfrenta realidades inmediatas: el costo de la vida, los apagones, la inestabilidad laboral. En este contraste se juega la credibilidad del programa. Nada indica cuándo ni cómo los hogares sentirán un alivio real. La historia reciente pesa demasiado: anuncios sobran, resultados no.
Tampoco es novedoso el énfasis en la energía y la agricultura. Se prometen renovables, eficiencia y autonomía productiva, pero sin los cambios institucionales necesarios para atraer inversiones o liberar al productor agrícola. El país repite diagnósticos peroinsiste evita decisiones de fondo. El resultado es una retórica que envejece rápido.
En materia de corrupción, el programa insiste en controles y acuartelamiento, pero soslaya la raíz del problema: la falta de transparencia y la discrecionalidad administrativa. Sin reglas claras y espacios abiertos, la corrupción seguirá siendo una expresión natural del sistema, no una desviación.
La pregunta final es inevitable: ¿puede haber reimpulso sin reforma? Todo indica que no. Cuba no necesita otro plan exhaustivo, sino un rediseño profundo del modelo: más libertad económica, instituciones confiables y un entorno que premie producir. Mientras eso no ocurra, cualquier reimpulso será un ejercicio retórico más.