domingo , 14 diciembre 2025

El XI Pleno comunista y el submundo del trabajo

El Pleno muestra a un Partido más atento a preservar la continuidad que a dignificar el trabajo que dice representar.

La Habana (Sindical Press) – Hay momentos en que la política deja de ser proyecto y se convierte en liturgia. El XI Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba celebrado este 13 de diciembre, pertenece, sin duda, a esa categoría: no fue convocado para inaugurar un rumbo, sino para reafirmar una permanencia; no para responder al porvenir, sino para conjurar el temor a su incertidumbre.

Celebrado bajo el signo de la urgencia, el Pleno produjo, sin embargo, lo previsible. En medio de una crisis prolongada —económica, demográfica y moral—, el evento principal del comunismo cubano entre congresos optó por el lenguaje del orden y la cohesión, evitando brutalmente el de la reforma y la responsabilidad. La posposición del IX Congreso comunista, lejos de un detalle administrativo, constituye confesión política: cuando falta consenso, se aplaza el examen; cuando escasean los resultados, se prolonga el mandato del discurso. Y lo más importante aclaró, quien manda en Cuba.

La intervención de Díaz Canel confirmó esta lógica. Al afirmar que “cada día de la Revolución es una victoria”, el “gobernante” consagró una paradoja inquietante: se celebra la duración allí donde se esperaría el progreso. La resistencia sustituye al éxito; la supervivencia se eleva a categoría histórica. Esta retórica adquiere un matiz más grave cuando se contrasta con la realidad del trabajador cubano, figura central del imaginario revolucionario y, al mismo tiempo, su gran ausente en las decisiones efectivas.

El trabajador aparece en el discurso como símbolo, nunca como sujeto. Se le invoca como soporte moral del sistema, pero rara vez como interlocutor político. Sus salarios, insuficientes para sostener la vida cotidiana; su productividad, erosionada por la escasez y la desmotivación; su migración silenciosa o abierta, no encuentran en el Pleno comunista más que alusiones indirectas. La épica de la resistencia exige sacrificios, pero evita explicar por qué estos recaen siempre sobre los mismos hombros.

Los que están atentos a la relación entre palabra y carácter, advierten que se mantiene la fractura: el lenguaje político separado de la experiencia material del trabajo, no persuade, impone. La reiterada apelación a la unidad, desprovista de mecanismos reales de deliberación obrera, no convoca voluntades: las disciplina. No se propone unidad nacida de un acuerdo acuerdo, sino se exige como deber histórico, aun cuando el presente clama por un cambio de concepto y estructura.

El señalamiento al burocratismo y el formalismo, aunque correcto en apariencia, carece de profundidad moral. No indaga cómo esos lastres del sistema político e institucional pesan sobre el trabajador, multiplicando trámites, anulando iniciativas y castigando el mérito. Denunciar sin asumir responsabilidad, es una forma hipócrita de conservar el orden existente; es también una manera de pedir paciencia a quien ya se le agotó sus reservas.

Más grave resulta el desplazamiento del conflicto al terreno comunicacional. Cuando se insiste en la “batalla ideológica” como prioridad, se sugiere que el malestar del trabajador no nace de su mesa vacía, de sus hijos descalzos, de sus enfermos sin medicinas, o de su salario erosionado, sino de una percepción inducida. Así, el problema social se convierte en error de lectura, y el cansancio, en desviación ideológica.

El XI Pleno no es, un acto de renovación, sino de rearme defensivo, atrincheramiento. Muestra a un Partido más atento a preservar la continuidad que a dignificar el trabajo que dice representar. Recuerda, con involuntaria elocuencia, que ningún proyecto político puede sostenerse indefinidamente cuando el trabajo es rebajado a nivel de submundo y deja de ser fuente de esperanza y se convierte apenas en prueba de resistencia.