martes , 9 diciembre 2025
Una mujer compra sopa a un vendedor ambulante durante un apagón el 21 de octubre de 2024. (AP/Espinosa)

La crisis eléctrica pone en peligro al sistema productivo y a las mipymes

La generación y distribución eléctrica debe ser garantizada, regulada y valorada como recurso estratégico, sin depender del azar o la improvisación.

La Habana (Sindical Press) – La Cuba de hoy padece un mal que supera los simples apagones: la electricidad, arteria vital de toda producción y pilar de la vida moderna, se ha convertido en un recurso intermitente e inestable, cuyo suministro depende más de la improvisación diaria que de una planificación seria y responsable.

Este 3 de diciembre, 3,2 millones de personas en el occidente del país estuvieron cerca de 18 horas sin servicio eléctrico. Esta última “caída” del sistema electroenergético, como la denomina la eufemística obesocracia comunista, deja abiertas varias preguntas: ¿cuál será la próxima caída?, ¿cuánto durará? y, lo más inquietante, ¿cuándo será la definitiva?

Considerado un servicio básico garantizado —al menos en teoría— por la estructura del Estado, hoy la electricidad es un lujo que las pequeñas y medianas empresas han aprendido a administrar como recurso estratégico en tiempos de guerra. Cada corte prolongado golpea con fuerza el sistema productivo, paraliza talleres, comercios, restaurantes, microfábricas e industrias pequeñas, y erosiona de manera silenciosa pero irreversible la base económica de la nación.

Las mipymes, médula del sistema productivo, son especialmente vulnerables. No cuentan con redes de respaldo costosas ni con la capacidad de absorber pérdidas que posee la corrupta e ineficiente “empresa estatal socialista”.

Una microempresa que depende de un generador improvisado —con su ruido ensordecedor, su consumo excesivo de combustible y su desgaste constante— paga un precio económico elevado, y también un precio moral y psicológico. La incertidumbre cotidiana deshace la capacidad de planificación, erosiona la confianza en el mercado y limita el margen para innovar. En este contexto, los apagones prolongados no son simples interrupciones: son cortes de futuro, que impiden al sector privado desarrollar su potencial y a los emprendedores consolidar sus proyectos.

La crisis eléctrica es también espejo de una fragilidad institucional y social profunda. Una infraestructura envejecida, mal mantenida y una planificación energética incapaz de prever la demanda real de un país en cambio constante revelan la debilidad estructural del sistema productivo cubano. Cada apagón desnuda la insuficiencia de un modelo que no diversificó sus fuentes de energía, no invirtió de manera sostenida en mantenimiento y no fomentó la autonomía productiva de quienes sostienen la vida económica del país. Las mipymes enfrentan la escasez eléctrica y la indiferencia de un sistema que las considera secundarias.

El impacto sobre las mipymes es inmediato y contundente: pérdida de producción, deterioro de insumos, interrupción de servicios, aumento de costos operativos. Pero existe un daño invisible, menos cuantificable pero igual de devastador: la frustración, la resignación y la sensación de impotencia frente a un sistema que no reconoce ni protege la iniciativa privada. La incertidumbre prolongada alimenta la improvisación, la informalidad y, finalmente, la mediocridad. En lugar de consolidar un ecosistema sólido de microemprendimiento, los apagones perpetúan la precariedad y afianzan hábitos de mera sobrevivencia, no de progreso.

Los cortes eléctricos afectan incluso más allá de lo económico. Interrumpen la cadena de suministro completa: proveedores, transporte, almacenamiento, refrigeración. Cada microempresa incapaz de mantener productos perecederos, insumos médicos o alimentos refrigerados pierde no solo dinero, sino también credibilidad ante clientes y socios. Las mipymes quedan atrapadas en un círculo vicioso: menos producción, menos ingresos, menos inversión, más fragilidad. Este ciclo refuerza la dependencia y la resignación ante la falta de autonomía.

Pero los apagones revelan también un rasgo social señalado hace décadas por Jorge Mañach: el “choteo”, esa tendencia a reírse de todo y a no asumir la responsabilidad colectiva. Hoy, esa actitud se traduce en resignación: la vida productiva se planifica según los horarios del apagón; la actividad económica y doméstica se reorganiza para sobrevivir a la intermitencia de la luz. Esta adaptación, aunque pragmática, corroe la cultura laboral y la ética empresarial: normaliza la improvisación, el retraso y la tolerancia a la ineficiencia como conductas aceptables.

La electricidad es energía, pero también civismo productivo, fundamento de estabilidad económica y social. Mantener funcionando el sistema productivo requiere no solo inversión en infraestructura y tecnología, sino un cambio cultural profundo: disciplina, previsión, cooperación y compromiso ético. La generación y distribución eléctrica no puede depender del azar ni de la improvisación: debe ser garantizada, regulada y valorada como recurso estratégico.

Mientras los apagones persistan, mientras la planificación energética falle y las mipymes tengan que luchar con recursos limitados para sobrevivir, el sistema productivo cubano seguirá atrapado en la sombra. La capacidad de innovar, generar empleo y contribuir al crecimiento económico y social del país estará bloqueada no por falta de talento ni voluntad, sino por la ineficiencia estructural y la negligencia de quienes deben garantizar las condiciones básicas de la producción.

En definitiva, los cortes prolongados son un espejo de nuestra madurez social y económica. Hasta que no comprendamos que la producción y la energía son cuestiones de civismo, responsabilidad colectiva y cultura cívica, seguiremos atrapados en la precariedad crónica que impide avanzar. Las mipymes, los emprendedores y, en última instancia, toda la economía cubana, continuarán condenados a la incertidumbre y a la sombra de los apagones. Y mientras la electricidad no se garantice, el sistema productivo será terreno de lucha constante, esfuerzos mal remunerados y sueños postergados.