Joaquín Alonso Vázquez explica el descalabro con la serenidad burocrática de quien comenta un informe técnico o anunciara el clima.
La economía cubana en 2025 no es una crisis coyuntural: es una confesión final. Un reconocimiento involuntario —pero ya imposible de ocultar— del fracaso estructural de un sistema que lleva más de seis décadas intentando imponer su dogma sobre la realidad. Y la realidad, harta de tanta manipulación, ha empezado a ajustar cuentas: recesión crónica, inflación corrosiva, industrias colapsadas, apagones incesantes y un éxodo que vacía al país más rápido que cualquier crisis demográfica conocida. Ese es el saldo del modelo que se proclama “humanista”, pero gobierna con la frialdad de una maquinaria que devora futuras generaciones.
Lo irónico, y a la vez trágico, es escuchar al ministro de Economía y Planificación, Joaquín Alonso Vázquez, explicar este descalabro con la serenidad burocrática de quien comenta un informe técnico. Habla de “limitaciones”, de “tensiones”, de “errores internos”, como si fuera el gerente de una empresa con problemas de inventario, no el responsable de una política económica que ha llevado a un país entero al genocidio productivo. Y no es un funcionario improvisado: fue presidente del Banco Central. Sabe perfectamente lo que significan sus propias cifras. Y aun así las pronuncia como si anunciara el clima.
Pero los cubanos no viven del clima, sino de su trabajo. Y ese trabajo ha sido estrangulado por un Estado que decide qué se produce, quién produce, cuánto se produce y para quién. El resultado es inevitable: estanterías vacías, poder adquisitivo evaporado, creatividad empresarial castigada. El país no está “en dificultades”: es administrado como un laboratorio ideológico fallido.
Lo más grave es la anestesia moral que se intenta imponer. Se pretende que el ciudadano acepte la penuria como si fuera una ley natural, no una decisión política. Que se acostumbre al apagón, al salario inútil, a la cola interminable. Que, mientras el ministro explica la contracción del PIB con voz neutra, el pueblo siga aplaudiendo la catástrofe como si fuera un triunfo patriótico.
Pero 2025 marca un punto de ruptura. No porque las cifras sean peores —lo han sido antes—, sino porque la narrativa se ha vuelto insostenible. Cuando el propio ministro reconoce el deterioro estructural, ya no queda margen para la farsa. Lo que se derrumba no es un indicador: es el relato.
Cuba no necesita más diagnósticos. Los conoce de memoria. Necesita libertad económica, institucional y política. Necesita que sus dirigentes, incluido Joaquín Alonso Vázquez, dejen de administrar la decadencia y permitan la reconstrucción. Necesita, en suma, recuperar el país que le arrebataron.
Que dios bendiga a Cuba y a los cubanos.
Cuba Sindical