Aleaga Pesant Report aborda el tema del trabajo infantil en Cuba, una realidad que el régimen silencia mientras miles de niños son obligados a trabajar para sobrevivir. El programa denuncia que, aunque el país firmó el Convenio 182 de la OIT sobre la eliminación de las peores formas de trabajo infantil, la pobreza, el desabastecimiento y la migración empujan a los menores a abandonar la escuela. A través de testimonios de Yadier, una niña habanera, Juniel y Pablo, Aleaga muestra cómo el hambre y la necesidad reemplazan el juego y la educación. “Esto no es trabajo —advierte—, es el robo sistemático de la infancia.”
Las intríngulis del poder en Cuba son, por lo menos, curiosas. Por ejemplo, la presidenta nacional de la Organización de Pioneros José Martí, una institución subordinada a la Unión de Jóvenes Comunistas, es Chabeli Arenivia Martel. Sin embargo, algunos informes del año 2025 dijeron que fue sucedida por Lianet Paso Cedeño. Ahora mismo no se sabe —o por lo menos no está claro— quién es la presidenta de la Organización de Pioneros José Martí.
En la pasada conferencia nacional de los pioneros —los pioneros elegidos, por supuesto, por el aparato— se habló de un tema que afecta brutalmente a los niños: el trabajo infantil en Cuba.
Hola, esto es Aleaga Pesant Report desde La Habana, Cuba, un compendio de la política, la sociedad y la cultura cubana. Hoy abordaré más y rápido un solo tema: Voces que duelen antes del amanecer.
Pero como dice Petronio, el árbitro del buen gusto, la prisa no es elegancia.
Ensayos de Jorge Mañach, para poder interpretar la realidad cubana como la vio él a principios del siglo XX, en textos como La crisis de la alta cultura cubana o Indagación al choteo. Cerrada a cal y canto —porque se fue a morir a Puerto Rico en 1959— hasta su publicación a principios de los 90s. Mañach, un pensador iluminado, fue capaz de ver los problemas profundos de la nación. En sus ensayos aún podemos mirar aquellas cosas que nos duelen.
Pero volviendo al tema de marras, hay un silencio que golpea más que un cañonazo: el de un niño que ya no juega porque la vida le exige madrugar y sudar.
En Cuba las cifras son frías como el hielo, pero lo que importa son los rostros, las voces, los secretos que se escapan por calles que parecen trampas.
“Tengo que lucharla para ayudar a mamá”, dice Yadier, un adolescente de Camagüey, con la mirada cargada de lo que nadie debería cargar a los 14 años. Estudia lo que puede, trabaja lo que debe. Todo en Cuba tiene un precio muy alto, y no es una metáfora, lo dice alguien que sabe que un pan cuesta lágrimas y horas robadas a la infancia.
En La Habana, una niña de 10 años sostiene una bandeja con pan, galletas y frituras como si fueran armas. Es el tingui. “Tenemos hambre”, confiesa. Hambre de comida, hambre de útiles, hambre de ropa, de infancia. Su aula es la calle; sus lecciones, la supervivencia diaria.
Juniel, 15 años, dejó los juegos para levantar placas de concreto y verter mortero. Trabaja desde los 13 como si cada día fuera una condena. Su voz suena hueca, cargada de piedra y sudor. No hay risas que se le queden en la garganta.
En Las Tunas, Pablo, de 16 años, corta hierba, reparte leña, escucha el eco seco del carbón vegetal. Su hogar exige manos; su escuela espera pasos que no llegan a tiempo. Cada día es una ecuación de sacrificio donde los sueños son los primeros en desaparecer.
Todas estas voces coinciden en algo terrible: no hay libertad, no hay juego, no hay margen; solo deber impuesto y hambre que no espera. Esto no es trabajo: es el robo sistemático de la infancia. La Organización Internacional del Trabajo llama a esto violaciones graves de derechos fundamentales. Cuba —el gobierno de Cuba— firmó el Convenio 182, que exige eliminar de inmediato las peores formas de trabajo infantil. La ley existe, la Constitución también, pero la realidad es otra.
Pobreza, desabastecimiento, inflación, migración de adultos: todo empuja a los niños a sostener hogares que ya no tienen brújula. Cuando el pan escapa y el dinero no llega, la escuela es un lujo inútil. No alimenta, no protege, no enseña.
Más allá de la letra, datos reales. Sin ellos, la acción pública es ciega. Hace falta protección social efectiva, apoyos directos para que ningún niño tenga que elegir entre estudiar y comer. Fiscalización y justicia: quien empuja a un niño al trabajo, o permite que lo haga el sistema, debe pagar. No hay excusa. Cuba reconoce el problema en Las Tunas.
Escuelas que alimenten sueños, no solo libros: hacen falta también almuerzos, apoyo psicológico, útiles; que la escuela sea refugio, no recuerdo lejano.
Coda: cada testimonio es un puñetazo al orgullo. Niños vendiendo pan, cortando hierba, conduciendo caballos, recogiendo carbón, vendiendo caramelos y mendigando. Voces que no piden milagros, solo infancia. Cuba tiene leyes, tratados, compromisos. La OIT lo respalda, pero la crisis convierte todo eso en palabras vacías. Si nadie hace visible lo invisible, si nadie interviene donde el dolor calla, si nadie acompaña la vulnerabilidad, la infancia no puede esperar; ni un solo sueño puede perderse bajo el peso de la necesidad. Los niños cubanos ya hablan: que no tengamos que esperar a que griten más fuerte para escucharlos.
Les recuerdo: esto es Aleaga Pesant Report desde La Habana, Cuba. Y si los informativos dan noticia, nosotros las ponemos en contexto.